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lunes, 14 de mayo de 2012

Optimismo Inteligente por Claudia López Vargas





Muchas veces cuando se habla de pensamiento positivo, de optimismo, hay personas que piensan en eso como una actitud inocente, como si un optimista fuera la persona que tiende a negar la realidad, que cree  que nunca pasa nada y que en el caso de que pase será algo de poca importancia.

Todos hemos escuchado en alguna ocasión alguno de esos discursos en que se mencionan y se combinan conceptos como el optimismo o la energía positiva. Y no es difícil encontrarse, en una gran cantidad de ellos, con cierta relación casi supersticiosa, en que se sugiere que lo que hace que algo salga bien, en última instancia, es que uno lo anhele suficientemente y que el pensamiento positivo es algo así como milagroso ya que pocas veces nos dicen que, si bien la repetición por sí misma es como el habla de un loro, la acción asociada a la repetición verbal da resultados maravillosos.  El truco está en hacer y hacer diferente para obtener resultados diferentes.

A partir de las investigaciones de la psicología positiva encabezadas por Martín Seligman se ha empezado a hablar del optimismo inteligente en contraposición a esa especie de negación ilusa de la realidad. Quizá esta idea sea de las más “inteligentes” que ha desarrollado la psicología en los últimos años. Combina de forma perfecta dos elementos que para muchos serían muy difíciles de compatibilizar: el optimismo por una parte, un concepto específicamente ligado a la interpretación de los hechos en base a emociones positivas y que tiene, a su vez, repercusiones en el afrontamiento de las personas y, por otro, la inteligencia, ligada a lo racional por excelencia. ¿Cómo se llevan de la mano estas dos ideas cuando parecen pertenecer a mundos tan distanciados como la emoción y la racionalidad?

Hoy en día sabemos que estos dos aspectos de la vida no están tan distanciados, ni mucho menos. Es más, se ha empezado a descubrir que en muchos de esos discursos ñoños sobre el optimismo se esconde una forma de vivir tan absurda como la que se basa en un pesimismo patológico.

El optimismo es el valor que nos ayuda a enfrentar las dificultades con buen ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo que tienen las personas y las circunstancias, confiando en nuestras capacidades y posibilidades junto con la ayuda que podemos recibir. La principal diferencia que existe entre una actitud optimista y su contraparte –el pesimismo- radica en el enfoque con que se aprecian las cosas: empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca apatía y desánimo.

Normalmente la frustración se produce por un fracaso, lo cual supone un pesimismo posterior para actuar en situaciones similares. La realidad es que la mayoría de nuestros tropiezos se dan por falta de cuidado y reflexión. ¿Para qué sirve entonces la experiencia? Para aprender, rectificar y ser más previsores en lo futuro y, así, poder enfocar de una mejor manera nuestro optimismo.

En el clásico del vaso medio lleno (optimismo) o medio vacío (pesimismo), ¿cuál de las interpretaciones se acerca más a la idea de “optimismo inteligente”? Pues, sin duda, la que opte por considerar el vaso como medio lleno porque tienen en cuenta dos elementos fundamentales: que el vaso medio lleno corresponde a una realidad tangible, comprobable y, por otro lado, que se es consciente de que definir ese estado como medio lleno en vez de medio vacío, sí tiene cierta influencia en nuestra forma de afrontar esa situación. Mientras la primera interpretación crea en nosotros un estado de ánimo positivo, la segunda nos transmite un fondo de tristeza, de desánimo que orienta de forma casi imperceptible a veces, pero real, nuestra conducta.

En el ámbito de las relaciones, por ejemplo, cuando funcionamos en pareja, no es lo mismo ni tiene las mismas implicaciones considerar lo que el otro está haciendo bien que lo que está haciendo mal, aún cuando las dos facetas de la realidad sean inapelables. El optimista inteligente no niega lo que no funciona, pero decide, de forma consciente, considerar también lo que es adecuado en aras de fortalecer su ánimo en la relación y tener un enfoque constructivo y no basado en el reproche o en el ánimo de que la pareja cambie a aquello que, egoístamente, queremos que sea para que sea un reflejo fiel de nosotros mismos. Cuando nos sentimos agredidos por alguien (y la agresión podría ser un hecho indiscutible), no tendremos la misma reacción considerando que la persona ha tenido mala intención o cuando entendemos que no la ha tenido.

Se habla del optimista inteligente como alguien que es capaz de ver la realidad y reconocer si algo no funciona, pero a su vez, tiene la capacidad para valorar cómo puede hacer él para mejorarla. Es una especie de cualidad de poder ver lo que habría de cambiarse sin por ello despreciar lo que funciona correctamente.

El optimista inteligente es capaz de darse cuenta de que estamos en una situación de crisis pero eso ni le paraliza como al pesimista, ni se sienta a esperar a que la solución venga milagrosamente como lo hace el optimista ñoño. Reflexiona, toma su propia responsabilidad sobre la situación y busca acciones orientadas al cambio.


El optimismo es una actitud permanente de “recomenzar”, de volver al análisis y al estudio de las situaciones para comprender mejor la naturaleza de las fallas, errores y contratiempos, sólo así estaremos en condiciones de superarnos y de lograr nuestras metas. Si las cosas no fallaran o nunca nos equivocáramos, no haría falta ser optimistas.

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