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viernes, 30 de marzo de 2012

Psicología del Amor por Claudia López Vargas


El amor es uno de los más hermosos sentimientos que el ser humano puede albergar, pero la ciencia tiene mucho que decir de cómo y porqué nos enamoramos. En estas últimas décadas se han realizado diversos estudios sobre “la psicología del amor” y se asegura que el amor está motivado por una necesidad fisiológica y este impulso puede originar reacciones imprevisibles.
Una conocida teoría en psicología es la de Robert Sternberg: “La teoría triangular del amor” que apuesta por tres componentes bien claros dentro de lo que entendemos como amor.
Ø La Confianza: Es el compartir deseos, sueños, ilusiones, confidencias con otra persona y la satisfacción que encontramos en que esa persona nos escuche y atienda.
Ø La pasión: Hay un deseo de estar con la otra persona a nivel sexual, hay atracción y deseo.
Ø Compromiso: Existe la convicción de que la otra persona nos apoyará, nos prestará su ayuda y no nos olvidará.
En combinación con estas tres características principales (intimidad, pasión y compromiso) nos salen 6 clases distintas de amor:
Ø El amor vacio: Cuando es un amor donde sólo hay compromiso, no existe pasión ni existe confianza. Podría ser una pareja que lleva años casada y no rompe su relación por convencionalismos sociales. Viven en la misma casa, duermen en habitaciones separadas y hacen cada uno su propia vida.
Ø El encaprichamiento: Cuando sólo tenemos la pasión, el deseo sexual. Es el llamado amor a primera vista.
Ø El amor fatuo: Este tipo de amor conlleva pasión y compromiso. Es un amor poco realista ya que no se conoce a la otra persona, no existe la confianza. Es un amor más fuerte que un mero encaprichamiento.
Ø El amor romántico: Este amor tiene como componentes a la pasión y a la confianza, pero no existe el compromiso.
Ø El amor sociable: Existe la confianza y el compromiso pero ya no existe la pasión. Es el amor de una pareja que a pesar de que se quiere y tiene confianza ha perdido la pasión.
Ø El amor completo: Es el tipo de amor ideal, une compromiso, pasión, y confianza. Hay que destacar que según las investigaciones el estado de enamoramiento suele decaer entre 6 meses a dos años. Luego, según la Psicología, el amor completo es difícil de mantener y suele derivar hacia los otros tipos de amor.
El amor según los psicólogos Hatfield y Raspson se divide en dos tipos:
Ø Amor compañero: Conlleva un alto grado de compromiso, intimidad y unión. Lo que no existe es la pasión, es el amor por los amigos, familia etc.
Ø Amor pasional: Conlleva intimidad, apego y pasión. Se vive como un sentimiento muy intenso y se asocia al sexo y al romanticismo. Es el que se siente por la pareja.
En este sentido, en la Psicología del Amor existen diversos teóricos pero sin lugar a dudas uno de los imperecederos ha sido Erich Fromm con su excelente obra “El arte de amar”.
Una de sus ideas más interesantes para la Psicología del Amor la constituye su clasificación de los tipos de parejas y los sentimientos que descansan en su base:
Ø El amor infantil que se guía por el principio: \“Amo porque me aman\“.
Ø El amor dependiente que se dirige por la idea: \”Te amo porque te necesito\”.
Ø El amor erótico donde aparentemente existe un deseo de unión completa pero realmente prevalece el enamoramiento fugaz y el deseo sexual.
Ø El amor maduro que descansa sobre ideas del tipo: \”Me aman porque amo\” o \”Te necesito porque te amo\”.
De hecho, la Psicología del Amor reconoce que las relaciones maduras son el objetivo a alcanzar por la pareja, ya que este tipo de relación permite el crecimiento de cada una de las personas como una individualidad y a la misma vez, permite el fortalecimiento de los sentimientos positivos dentro de la pareja.
No obstante, como puede presuponerse, en la Psicología del Amor las relaciones maduras son las más difíciles de lograr ya que demandan un gran compromiso por parte de ambos y un excelente nivel de autoconocimiento que le permita a ambas personas entregarse y confiar en el otro.
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miércoles, 28 de marzo de 2012

Indiferencia por Claudia López Vargas.



¿Cuántas veces hemos sentido indiferencia hacia las cosas, personas o situaciones? Y ¿cuántas más nos ha lastimado la indiferencia de personas queridas hacia nosotros o hacia nuestra problemática? La indiferencia, aunque no lo pareciera, es el inicio de una severa problemática psicológica si no se le pone atención a tiempo, que, no sólo lastima a quien la siente, sino también a quien se le otorga. Es tan seria y tan en serio que puede terminar con relaciones estables, con trabajos, con familias y con vidas.
Así como el desprendimiento saludable, el desasimiento sano y el verdadero desapego son signos de equilibrio mental y emocional, la indiferencia es un error básico de la mente y conduce a la insensibilidad, la anestesia afectiva, la frialdad emocional y el insano despego psíquico. Nada tiene que ver esta indiferencia con ese no-hacer diferencia de los grandes místicos debido a su enriquecedor sentido de unidad que les conduce a conciliar los opuestos y a ver el alienpo supremo en todas las criaturas y circunstancias. La indiferencia, en el sentido en el que utilizamos coloquialmente este término, es una actitud de insensibilidad y puede, intensificada, conducir a la alienación de uno mismo y la paralización de las más hermosas potencias de crecimiento interior y autorrealización. La indiferencia endurece psicológicamente, impide la identificación con las cuitas ajenas, frustra las potencialidades de afecto y compasión, acoraza el yo e invita al aislamiento interior, por mucho que la persona en lo exterior resulte muy sociable o incluso simpática. Hay buen número de personas que impregnan sus relaciones de empatía y encanto y, sin embargo, son totalmente indiferentes en sus sentimientos hacia los demás.

La indiferencia es a menudo una actitud neurótica, auto-defensiva, que atrinchera el yo de la persona por miedo a ser menospreciado, desconsiderado, herido, ser considerado inferíos, puesto en tela de juicio o ignorado. Unas veces la indiferencia va asociada a una actitud de prepotencia o arrogajcia, pero muchas otras es de modestia y humildad. Esta indiferencia puede orientarse hacia las situaciones de cualquier tipo, las personas o incluso uno mismo y puede conducir al cinismo. Hay quienes sólo son indiferentes en la apariencia y se sirven de esa máscara para ocultar, precisamente, su labilidad psíquica; otros, han incorporado esa actitud a su personalidad y la han asumido de tal modo que frustra sus sentimientos de identificación con los demás y los torna insensibles y fríos, ajenos a las necesidades de sus semejantes e incapaces de sostener una relación cálida. También el que se obsesiona demasiado por su ego, sobre todo el ególatra, se torna indiferente a lo demás y los demás, al fijar toda su atención (libido, dirían los psicoanalistas más ortodoxos) en su propio yo excluyendo de la ecuación el “tú” o el “nosotros” ya que su capacidad se centra en sí mismo llevándolo al “yocentrismo”.

Unas veces la indiferencia sirve como «escudo» psíquico y otras para compensar las resquebrajaduras emocionales; cuando esta actitud o modo de ser prevalece, la persona tiene muchas dificultades en la relación humana, aunque también, a la inversa, podría decirse que al tener muchas dificulta`es en la relación humana opta neuróticamente por la indiferencia, lo que irá en grave detrimento de su desarrollo interior, ya que para crecer y que nuestras potencialidades fluyan armónica y naturalmente se requiere sensibilidad, que es la quintaesencia del aprendizaje vital y del buen desenvolvimiento de nuestras potencialidades más elevadas, si bien nunca hay que confundir la sensibilidad con la sensiblería, la pusilanimidad o la susceptibilidad.

Muchas veces la indiferencia sólo es una máscara tras la cual se oculta una persona muy sensible pero que se autodefiende por miedo al dolor o porque no ha visto satisfecha su necesidad de cariño o por muchas causas que la inducen, sea consciente o inconscientemente, a recurrir a esa autodefensa, como otras personas recurren a la de la autoidealización o el perfeccionismo o el afán de demostrar su valía o cualquier otra, en suma, «solución» patológica. En la senda del desarrollo personal, es necesario desenmascarar estas autodefensas y «soluciones» patológicas para que puedan desplegarse las mejores potencialidades anímicas, que de otro modo quedan inhibidas o reprimidas e impiden el proceso de maduración.

Esta autodefensa que es la indiferencia se acrisola ya en la adolescencia, en muchos niños que recurrieron a la misma para su supervivencia psíquica, fuera por unas insanas relaciones con las figuras parentales o por su exceso de vulnerabilidad en la escuela y en el trato con sus compañeros, por complejos, miedos, inseguridades arraigadas o por otras muchas causas a veces no fáciles de hallar. Para ir superando este error básico que es la indiferencia, la persona tiene que abrirse e irse desplegando, aun a riesgo de sufrir, pero asumiendo todo ello como un saludable ejercicio para lograr su plenitud y no seguir mutilando y poniendo en riesgo sus mejores energías anímicas y afectivas.
Si quieres profundizar en el tema, consúltanos. En tu camino hacia el éxito, déjate acompañar por Sombra, Personal Coaching.